jueves, 13 de junio de 2019

LA ESCUELA

Como parte de la bibliografía obligatoria de Cultura, comunicación y educación las alumnas de 2° año del Profesorado de Educación Especial leyeron parte del libro de Axel Rivas "Revivir las aulas, un libro para cambiar la educación"
A partir de uno de los capítulos del mismo, reflexionamos acerca de las trayectorias escolares y del valor de la escuela para "cambiar vidas", como mecanismo que otorga oportunidades, como la mejor herramienta para el desarrollo personal y social al que debemos contribuir como comunidad. 
Luego de este disparador, una de las actividades consistió en la escritura de un texto que reflejara parte de lo analizado. 
Comparto por este medio la producción de la alumna Victoria Caputo, por lo emocionante de sus palabras: 


"Me acuerdo y me río. No teníamos baño, habíamos inventado algo atrás, en el patio. El frío del invierno se vuelve crudo, afloran los nervios, llega hasta los huesos y extrañás el verano. Lo tibio del sol en la cara.
Teníamos que cruzar la noche para bañarnos. Teníamos que cruzar el frío. Teníamos que cruzar la vergüenza. Teníamos que cruzar el dolor, masticar la bronca.
Me acuerdo y me río, escuchando la voz de mi viejo gritando desde el techo por donde tiraba el agua caliente de la olla, que duraba eso. No te alcanzaba el tiempo para pensar en nada. A veces te vencía ese monstruo poderoso y no, no te querías bañar.
No éramos sucios. Éramos pobres.
Me acuerdo y me río. Dormíamos todos en la misma habitación. Cinco hermanos, mamá, papá. Dormíamos con la panza llena de arroz con leche, de polenta, de nada. Soñábamos con las zapatillas nuevas, con el bidet del vecino, con mi viejo sobrio.
Me acuerdo y me río. A los trece años trabajaba como peón de albañil. Hoy paso por esas veredas que me llenaban las uñas de cemento y la espinita pincha. Esas veredas le dieron de comer a todos. Me acuerdo y me río. El lujo con esa plata era comerme un yogurt todos los sábados.
Tenía esos mismos inocentes y pobres trece años cuando se me rompieron las únicas zapatillas que tenía. Los zapatos de la escuela tenían cartón adentro, ni siquiera media suela. El profesor de educación física me dejó ir a mirar cómo mis compañeros hacían gimnasia, para no tener faltas, porque no tenía zapatillas.
Lloraba porque no tenía ropa. Porque el piso de casa era de tierra. Porque mamá temblaba y porque mamá a veces no comía. Porque la veía irse en bici a trabajar, hasta que el horizonte la envolvía, en las mañanas, hasta perderse allá chiquita, en el primer sol del día.
Nos teníamos, pero a veces no alcanzaba. Te miraban los ojos asesinos del que tiene, porque te los clavaban como puñales y vos escupías bronca. En travesuras, en violencia, en escudo. Con el corazón rabioso, pisando los pedacitos Porque sos un pibe y te duele. Porque no encontrás las respuestas, porque vos también querés eso o querés más y no se puede.
Un portafolio de cuero marrón, cuaderno, lápiz, goma, lápices de colores cortitos, guardapolvo blanco bien limpio y pulloveres arriba según el frío, uno o dos. No tenía campera.
Pero ella siempre estaba.
Y ella no miraba la suela de cartón. Y ahí pude ser alguien más que la vitina con leche. Que el yogurt de los sábados y que los ojos de mi madre. Nunca quise tener alas, pero allí de a poco se me fueron desplegando del cuero de mi espalda, se me fueron llenando de coraje, de lucha, de amor. Se me abrieron tanto que no pude hacer otra cosa más que volar.
Me acuerdo y me río. Tengo a esos mismos amigos de la primaria.

Con la ilusión que de tanto nombrarte, pobreza, algún día desaparezcas.
Tengo todavía la estaca clavada en el pecho, esa que te deja la pobreza en la infancia. Porque me acuesto con ella noche y día. Noches y días. Porque nunca me faltan los ojos amados para recordarte. Porque no puedo dejar de comer arroz con leche, ni puedo evitar el dolor convertido en llanto si pienso, una vez, sólo por una vez, en el pastito que crecía en la vereda de mi casa."

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